cuando se acaba el tren,según alguna megafonía que mea ahogo metalizado, su mano derecha aún huele a haber mordido chocolate abrigando a un cruasán, aunque él diga siempre curasán. y el día no se termina porque supone que a causa de que algunos le llamen mitad el giro debe continuar aunque la mansedumbre se marque verticalmente en la herida horizontal de algo más que un paisaje.
las escaleras colorean una colección de colillas y el semáforo se disculpa por parecerse tanto a la intermitencia vital de los paseantes cegados a la vez que ciegos; sin ensayo, ni prueba. o si quieres te beso y deduzco el error.
para después queda la mesa estrechada y las esquinas que tanto quieren juntarse con los callejones más apretados para caer rugosos y silenciados junto a la arritmia de verse escondido de ojos extraños. rumiando los estercoleros de la nada batida en partículas como si fueran restos de plantas gramíneas dentro de un florero respondón, o un millón de cuadrículas hacia la respiración sostenida por una fotografía a un inodoro.
para ti no queda,intento decirle. pero no, no soy capaz de soplarle otra cosa que un mullido abandono agarrotado en el colchón que respira sobre el suelo:
como si no le doliese nada.
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