21 de noviembre de 2008

Hazte escritor,notejode.

(Acorde en desacuerdo)
I
Imitar es limitarse; y hasta ese momento la idea estaba tan desnuda cómo escondida. Nada hacía pensar que el golpe fuese a llegar con tal dureza. Aunque, ateniéndose al primer pensamiento de cualquier personaje simplón e idiota, lo que llamaba la atención de dicho golpe no residía en que fuese duro. Lo verdaderamente difícil de masticar era eso: había sido un golpe bajo. Tan crudo y a solas. Cuando el teléfono dejó de sonar sintió como si un pantalón de franela hubiese caído pausadamente desde un piso diecinueve, buceando hasta el octavo con un atrayente baile de oscilaciones que parecían sopladas desde la espera más contraria a la ley de la gravedad, para finalmente, cargarse de pesadas chinchetas que lo harían atravesar al final de su caída, hasta el olor a tempestad más duro.A cada paso un tejado se venía abajo. Los odios ofrecían el sabor de los espejos retrovisores, que sin llegar a romperse desprendiéndose del resto, se quiebran en ambos lados del corredor de cristal. Quiebran el adentro y el afuera en tantos pedazos como con tus ojos seas capaz de contar. Entonces uno sabe que no hay más ahogo que abandono en esos reflejos sin zumbidos de mosca.
II

Se pueden cruzar puentes. Y se pueden cruzar puertas, pero ninguna mirada enturbia un río entero. Y dicen, y digan, literarios y reales. Después vendrá la forja o el hierro, las palabras llenas de música, los besos volados o de plata contra todas las lunas…como atravesando el alma, despacio, a muerte.
III

De mis segundos sangrados ninguno ha alcanzado la categoría de simbólico. Y es que no hay espejo que le valga al tiempo. Ni nucas que desprendan la palabra inocente. Aún así, con los suspiros desventrados intento dibujar mientras voy empañando el aislamiento. Gota a gota, como el pantano que emborrona la cura de todas sus nieblas. Hubo una vez, y más veces. Un deseo desmemoriado. Junto a la vía del tren, mucha gente me pregunta, e insisten. Preguntan por él. Casi nunca acierto a saber qué quieren. Casi siempre parece de mí. Casi todo momento voy, incluso escupiendo desde la página anterior. Todas mis dudas que no lo son. La fallida arquitectura del argumento. Las edades de los carteles arrancados. Esculpiendo mi unipersonal pandemia de convidado del silencio. ¿Cuál es el eco de una bañera inyectada de talento que teme la tregua y a la vez, muere mordiendo su agitado infinito particular? Claro que a mi no me pregunto nada ¿para qué intentar ser elegante desde lo salvaje? Método de escondite en un sótano. La afirmación sorprende. El absurdo de pecera. Las curas de tres segundos. Oleaje a la nada. Sus escaleras son fetiche. Se hacen pasar por mí. Luego nieva, callan las esquinas. Trotan los caballos en la celda. Vuelven los círculos de tiza. Lloran piedra las ramas de los árboles, si llorasen. El encargo de volar sobre la tiza.Y nadie sabe adonde vas.
IV
Se despierta el descanso entre las sábanas de arcadas. Se despierta o me despierta. Grandes nombres sobre líneas negras para no pisar. Para no pisar cuando quiero pisarlo todo. Estrella en espera. ¿Y ahora? Si esto no es una explosión…¿Todavía crees que salté a tiempo de aquella avioneta? Vuelo en extravíos. Saciedad surcada de brillantes mentiras que son siempre para otros. No para ti. Abrazo quemado. Última pregunta. ¿Qué sentiste al digerirme con grafías tan tuyas? No sé de quien las gurdabas.Creyó que era el guardián de nubes. Silbando, cayó como si fuese una herramienta más. Una herramienta menos. Soliloquio de multitudes bajo el vagón. Sueños de farolas parecidas. Un viernes me sopló tres dudas: la primera fue si se contagia la muerte; en las dos siguientes salí corriendo sin precio a pagar por la carencia de escenario. Las presencias de una ausencia retumban tan fuertes, que la digestión es pesada y expulsa todas las pulsaciones, y las luces se apagan como un capitán degollado. Al cabo de dos portazos, no hay loro que cante. Ni parche en el ojo para no ver como todavía sé decapitar relojes. Piscina de lágrimas sin hogar. El viento viaja en las ventanas. Pintalabios de la duda. Otra sonrisa más gratuita que un regalo. Quiero saltar al vacío y no encuentro mi balcón. La cámara líquida. Besos de piedra acorazada. Suspiros en braille y dioses sin llanto. No queda luz roja. Salté de sus ojos a un pedazo de colchón.
V
Acá las moscas buscan islas sin gasolina. Y quieren arder o quemarlo todo. Lo más parecido a esto es el deslizante frío en el pasillo de congelados. Eso es lo más cercano a un junto a ti. Cuando más se nota el no llevar a alguien agarrado a tu mano. Ningún maldito collar de supersticiones evita esa sensación de suicidio vacío en una habitación de hotel.Los pararrayos me sirven de desayuno, y rugen a lo lejos los mástiles de los barcos que no veo. Cosas de las islas, pensarás. Junto a los vagones ya no quedan más esperas. Los caleidoscopios llegan remando en oraciones imberbes, secas de estaciones programadas. En las curvas, suben agarradas las bufandas del asombro y la policía busca mitos plastificados. Es el más lejano alrededor. Las siestas de domingo esconden acidez en vena. Voces lentas, muy lentas centrifugan la nada, y las mascotas de Julio Verne recitan versos cada 180 días. El cielo sigue bajo techo, como besado en cualquier bar. Aúllan las farolas y la ficción se fuma las mañanas. Y es también la ficción la que extiende la existencia.
VI

Como no duermo, no entiendo la vida. Así que, lo entierro todo. A ver si algún día lo encuentro o alguien me encuentra a mí. La nuez moscada que desata el reñir de la farola con las sombras paseantes me cuenta el secreto del acero. Mi horario de sueño es retransmitido por el humo de un orgasmo, que son cientos. Y libretas que no caben en el verbo acabar. Es la constitución inalámbrica de la quietud la que respira el frío más lumínico. Su velocidad es la misma nieve al arder, y su llanto el de las torceduras de tobillo de un gigante. Quisiera corregirme sin abismos. Respiro con la propia fricción de la existencia que logra extender la ficción. En un sótano no se pueden comenzar los viajes hacia delante. No me uno a ti porque no deseas un corazón deshabitado. A veces me dejo descubrir, pero resulta obsceno saber andar tan sólo por la vertiente enloquecida de los vientos y apoyarse en las sombras. A no dejarse querer. Por eso sueño escombros. Por todo eso, y nada de esto, escribo con círculos de bicicleta un millar de elefantes de porcelana con las ruedas sobre la arena. Cercenar ideas que son oleaje en vena. Y bailo así por ver si se hunde el suelo. Ya sabes porque no me han podido enseñar. Cada mañana en el vacío, las uñas a la enredadera. En la enredadera.
VII
Quieren los corazones a los abismos, saben de los caminos que no lamen la vida. Muerden los corazones, cada uno consigo mismo. De los bordes y los límites de los luego o los después, o del fuego de los aviones van perdidos. Sin documentales: ¿quién ordena un corazón? Si no quiebra se rompe hasta el aire. Los techos del viento van después. Todo beso sin coser se parece a un traspié. Viaje en mordazas para la satisfacción de usuario en el catálogo del tiempo. La suciedad de los agujeros cuando se sacude el bombardeo de sombras. Esa inquietud que no se escribe. Se le rompería hasta el sueño.
VIII
El amanecer en prospecto de farmacia. Derrumbes que tiranizan el alma. Solsticios…que ni aún así detienen la ceniza en las pupilas. El dolor de la lavadora, el olor a desastre cúbico. Las alas serradas del olor a encerrado cuando la quietud transpira sin mirar tus manos. Armas refrigeradas en desidia. Serpentea el tiempo. Otra vez el tiempo. Tímido, serpenteando de verse pasar huyendo sin tocarme. Amor de lavadora. Ni se asoman los nunca llegan. La doble respiración impar de la rabia. Cuanto menos quede…y más a la deriva. Más sin brújula y menos escafandras para respirar, para lastimar lo que acabaré por escupiros. Ódiame que llegue a verte. Huele mi cuerpo a ruina removida de lo derruido. Clavado en cables, anclado a donde quiero ir. Me fluye la destreza de los miedos, aguanto desorbitándolo de mí. Enfermos los globos, ardiendo de mar, soplando costuras: las noches de las no noches. Espero a que todo esto eche ruinas
IX

A mi me gustaba la lluvia. Encerrado en nubes. Creí que sería suficiente. Hacerme con el cielo y su descanso, guardar retales de la bufanda que nunca tuvo techo. Bailar con lo que ha sido. Morder infinitos sin tener un arriba, ni un abajo.
X

Las patas de la luna han rozado las antenas. Y ahora se pelean por las esquinas como si tuvieran las manos llenas de recuerdos. Todo hacia el final de la semana. La violinista tocaba allí, al fondo de las pupilas de la gente. Muy, tan dentro que aceptábamos aquel rugido sin garaje. Sin lugares, ni paisajes, más que nubes dentro de vasos. Y latidos de amplificadores con distintos acentos. Los enchufes aflojaban el aroma de apretarse entre el humo tan viajante, pálido de encontrarse entre los brazos. Versos percutidos de llantos mal tapados. Seguíamos viendo al batería como quien asiste a un secreto tan adentro suyo que lo baila encima de un sofá. A punto de descalzarse. Teatro de la nocturnidad y un gemido de locura que atisba un naufragio y sigue respirando. Su batería era más que capaz de abrazar nuestra necesidad de sentir. Almas movedizas con sequedad de blues. Dicen que las canciones no se pierden aunque duermas y despiertes a deshora. O que las manos solas no se queman. Sus ritmos hacían tiritar la histeria. Hasta borrarla. Manchada viva, como esas canciones en las que no estaba prohibido llorar ni saltar de besos ausentes. Siguen robándonos cuerpos queridos. Ni un sitio en las escaleras para volar hacia las sentadas baquetas de pentagrama nómada. La tinta más cruel es la que no sabe llorar vaciándose. Siguen robándonos cuerpos queridos. Ahora los domingos se vacían, afilados.
XI
Hay animales que mudan de piel para que aprendamos a desnudarnos. La pared estaba manchada de frases sin sentido. Solía subirme a los balcones, saltaba en las farolas, me subía a los coches. Me subía a las ventanas y a todo. Los callejones respirarán salitre y menta. Es el sol el que hace el amor con los periódicos gastados.
XII
Rebelión por fascículos. Puertas rotas, entreabiertas, esperando al sol como a un poeta eléctrico. Todos y cada uno de los silenciosos incendios. Hotel sin paredes. Déjame que te busque otra vez.
XIII

Jarabe para la tos. Me siento inútil para la inutilidad. Sí, para eso también.
XIV

Subir hasta abajo. Azoteas rojizas o tejados de caoba, o sombreros de vino rosado dulzón por las que saludan metálicas dentaduras de la modernidad. Secuestros dentro de la palabra nunca. La fotografía escrita exigiendo la dimisión del invierno. Rema conmigo la duda. Intenta acordarte, invierte tu dinero en un piso con terraza. A partir de ahora la usarás más que ninguna otra parte de la casa. Eso sí, cuando se hable de todo lo anterior, de casi todo, procura anteponer a la palabra dinero un verbo que implique posesión. Es por eso que abren tan fácil las salidas de emergencia a poco que te deslicen hacia ellas. Y ellos no juegan con “pocos”. Eso de la seguridad no es más que un papelito adhesivo fácil de escribir. Su vocabulario no es lo único que empuja. Te verás fuera y no hará falta que alguien lo prometa.No olvides saludarles al llegar, haz postales instantáneas con el dedo corazón. O lo que tú quieras. Plastificada el alma; reformula el asco.
XV
En aquel prospecto doblado en cuadrículas era la cordura la que desalojaba a la poesía. Los pasos falsos de los gigantes necesitan cada vez más tornillos. Y son las uñas las que crecen del revés, igual que las promesas. Los octubres se mantienen en el calendario a fuerza de ir gastando sus sombreros. Adelante, anuncia un neón que nos marca el callejón de la salida aislante. Los besos mojan un mando a distancia, la censura se dicta en verso, el teatro es el nudo coagulado de una escena que sabe a plástico y astillas de madera. Los corazones son parches de colegio, huelen a escaparate y promocionan colecciones de primavera-verano. Los reencuentros, como los vasos manchados, no saben mentir. Las estatuas son las únicas que conservan sus pulmones.
XVI
Subió las encorvadas escaleras acompañado de una campanada a cada paso, mientras la huída en espiral le recordaba que llevaba su casa a cuestas.
XVII
La noche que dormimos juntos, yo y Bobby Fischer, estaban buscándonos. Malditos múltiplos de ocho, pensamos. Que poco frío hacía. Subasta de movimientos a la baja. Cuídate, me dijo. No hubo alfiles, pero al filo del final yo sabía que no sabría quedarse. Y él no pudo irse. Al irnos, seguimos separados: diagonales, incoloros, impares. Como las gafas al infinito. De momento no sabíamos ser estatuas.
XVIII

Ahora que llovía todo le parecía más peligroso; las piernas, los bancos, las maletas de piedra, los paraguas sonrientes. El sudor de la lluvia abrasa con la velocidad del frío. ¿Existen los besos con efecto invernadero? Las ventanas se empañan del miedo de los cigarrillos. Duele tanto que no consigo que me duela nada. No me atrevo a salir. He silbado tanto como me dejaron. Hacia la ventana. Tienen frío mis pies. Aún son pies.
IXX

La mentira sabe a rezos de parking. Sólo cuando sueñas supuse yo, que entonces nunca soñaba. El fin del mundo es un parking bocarriba, le dije.-Subterráneo?-Subterráneo, sí-¿Y por qué el humo de tus cigarrillos es azul?-Porque no soportaría respirar dos veces exactamente el mismo aire que tú…que aquel, que este otro…-Ah…por eso tus canciones y tu voz son de ceniza-Sí, por eso y por culpa del olor a salitre mezclado a tu pelo-Vaya, ¡gracias!-No me lo agradezcas, no es un cumplido-Por eso mismo lo hago, porque no lo es. Bueno, esta vez me toca marcharme a mí ¿verdad?-Sí, es que yo no creo en nada, ni siquiera en dentro de diez minutos-Lo sé; pues hasta otra. Y que sepas que tú también besas muy bien.
XX
Sociología para no matarse. Cinco años dan para muchos círculos de cicatrices. Y para multitud de días extraños en la cara pálida de las muñecas. Tytadine de la nada que no explota. Bufanda de alambre oxidado. Punzante y sin afilar. Bebo sopas de clavo y tornillos. Se caen de mis ojos tijeras heladas. De los agujeros sólo conocí el vacío y no el refugio. De la fuerza se me quedó el desaliento. El mundo cabe en una bolsa de basura. Y me toca la lluvia enloquecido y deshabitado. ¿Toda la culpa es culpa?
XXI
Me visto con mis canciones de papel. Es el disfraz de cobarde que uso. Rearme invisible que se resquebraja. Junto a mi diploma de perdedor. Para que así puedas creer…pensar…decir.-¡Mira, ese chico va disfrazado!
XXII
Las casas que visito tienen grandes agujeros carcomidos. Sótanos con tacto y voz de gusano retorcido, mugriento. Repisas venenosas y sombrías. Jardines carnívoros que ayunan soledad concisa. El tejado llora por dentro, miel de sangre y suelas de zapatos marchitos. Sus tejas son uñas desgarradas de una carne que ya no existe. El puente que cruza el estanque rodeando la picuda figura es una sonrisa hacia abajo. Desencajada y terrible. Las ventanas ojos sesgados, con persianas de órbita desorbitada. Las cortinas se muestran a contraluz como párpados y córneas quemadas míseramente. La hojarasca que abraza sus paredes son cabellos arrancados por la desesperación de la muerte prematura. El espejo de agua circular clama el llanto de la niñez sin nombres. El timbre de la entrada trae el eco y el quejido de todas las hambrunas posibles. Ya por dentro, las bombillas que cuelgan dan luz negra de girasoles decapitados. El color de las paredes es el del odio puro, respirado. Odio respirado. Vacío respirado. Sin boca para el llanto, cualquiera pensaría que se me permitió quedarme del otro lado por si me gustaba hacer retales mal calcetados de la poesía desde fuera. Todo un género. Las batas dictaron en mi inteligencia toda la salvación que tendría. Para verlo desde fuera. Vivirlo desde fuera. Ese fue el pasaporte que dio la medida en lo que va de la receta al encierro. En algún parpadeo debió pasar. Y se me dispersó otra vez la atención. Muros y miligramos en el iris no parecían cálido terciopelo de aduana, en el que recostarse a convencerse del adentro y el afuera.
XXIII
No intentes huir de mi espalda, le dice la memoria a los sueños. Pensar, no pienses. No pienses en llevarte mis sueños sin memoria. Hervidos en memoria. La muerte entierra las malas heridas. Un susurro eléctrico. Olor de cicatriz a ciudad.
XXIV
Somos sombras de asfalto. Nubes mojadas de cemento inquieto. Voces veloces sobre raíles blandos. Hormigón de consumo enrejado. Metal plomizo. El último minuto de esta vía. Beber de una boca quieta. Si la noche fuese como un torreón antiguo clavaría sus altas escaleras en mi espalda. De una en una. Estallando todas sus mitades, y las mías. Sin edad. Es cristal todo lo que no estalla. Preparándose para estallar. Voy tan desnudo que ni me veis, parcheado de insomnio para poder amar todos los agujeros que pintas. Las letras que aplastas con las mismas yemas que agotan mi voz sin tocarla. O se mudan mis pieles agotadas. Sonrisas de cansancio en las venas. Recostado en la nada.
XXV
Vuelco las lunas en cristales de azúcar. Me sangran las uñas de oscuras. Pierdo la primera persona y escondo el verbo, mientras descoloco los versos que tú esnifas. Y me insuflo de ausencia. A robarte los vasos vacíos. Al saber huir lastimé las baldosas. Un tenedor del ayer clavado en los ojos. Ígneos de mí. Oleaje en vena.
XXVI
Ansié verte. Invitándote al humo de un erizo de huída. Sin geometrías de esta perseverante inacción de los fonemas. Quise salvajemente, escurrirme descolgándome de este pentagrama de melodía usada. Mirarte con ternura y rabia suicida para verte en los siempres que se apellidan nunca. Amé decir con los ojos; salvémonos desnudos, a nosotros y al todo. Deseé verte…pero entonces, mi mirada era ya marca y producto registrado. Preguntar sería tan idiota como bajar la rampa de un garaje e intentar saber dónde está la bicicleta con la que me estrellé tan perdido, extraño: tapándome con la sombra de las ruedas de otro.
XXVII

Si me enciendes la luz me convierto en plancton. Me resquebrajo y se me agota el niño salvaje que no sabe mirar. Arritmia de momentos. La tuerca necesaria a la que le rezo para ver si explota. Espalda contra espalda para que nadie se rompa. El escondite de la ráfaga interior. A mi voz le ronca el corazón. Quizás por eso me hundo tan bien. La colilla arrepentida es la vela del insomnio. La caída de las sienes asiduas al no. Una piscina vacía que conquistó al miedo. Poética de la desesperación. Poética de la desaparición. Poética de la desesperación.
XXVIII

No debes oírlo, pero ayer aprendí a besar respirando hacia atrás. Cuesta abajo, que no tengo voz de consejo. Cuando todo el viento sabe a veneno.
XXIX
Te dejaba pistas, de rastro. Como los gatos al amanecer con sus huellas sobre el armazón de los coches de estación durmiente. Como si el polvo, la humedad sucia, o el barro seco de esas pisadas fuese el de un color de tiza tan especial como imperfecto. Tuberías de la fatalidad. Bajo el agua con mi desorden ciego. Crujiente nicotina pegada a los dedos. Vino la harmónica a morirse por correo. La escucha a quemarse en la cuadrícula. Los círculos a nadar en la yaga del ahogo. Era absurdo poner cara de frío y sorpresa. Y los lunes no respiran bien. Acabé por salirme del penúltimo despacho. Suelen anunciar en sus paredes cuadros con la tranquilidad en paradero desconocido. Sin poner títulos o diplomas excesivamente a la vista. Te propondremos que estés enfermo pero sin salpicar demasiado, no se agobie. Podría haberme quedado. En realidad, les apetecía bastante más que a mí. Cualquiera que no fuese yo consideraba mucho mejor esa posibilidad estancada. Tal vez son las órbitas intergeneracionales, esas de las que tanto hablan en telediarios o reportajes cuando fingen que les preocupa este o aquel país. Si no se rozan sucumbe el movimiento a quedarse callado dentro de un diccionario. Y la vida tendría esa calma de secadora en verano. Un absurdo agotado que nadie se empeña en saborear y que al regresar las lluvias, seguiría calentando y soplando vapor, pero sin saber girar de pura atrofia para que las cosas no bailen cabeza abajo nunca más. Así se evitan las preguntas que no consiguen esquivar. Alimento de indefensión. Cuando intenten resolverlo por ti y vean asomar la quietud de nuevo, no habrán comprendido nada. Prefería contar cuentos sentado en alguna plaza que quedarme sosegado en un listín de ayuda especialista. Expuesto a los martes que son muebles rotos. Me encantaba el corrector bucal de la sonrisa de la luna. Un día iré, me dije. Afonías feroces. La última cornisa del adiós.
XXX
(...)garabateaban el gateo de las líneas del caos. como ozono,en puntos suspensivos...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

quieres que nos casemos?

Anónimo dijo...

que¿
´¿